Literatura Cubana: Alejo Carpentier y Severo Sarduy

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Aunque cada uno de estos dos escritores cubanos es reconocido como uno de los más importantes del siglo XX, y ambos vivieron en París durante la década de 1960 -uno como embajador de Cuba en Francia y el otro como miembro del grupo de la revista posmoderna “Tel Quel” que incluía a Michel Foucault y Julia Kristeva- Alejo Carpentier y Severo Sarduy no se llevaban bien.

Sarduy, en particular, le gustaba pinchar a Carpentier en entrevistas por ser rancio y distante. A cada autor le gustaba verse a sí mismo como un escritor «barroco» moderno de la literatura cubana, y cada uno escribió largas obras teóricas sobre lo que significaba ser un escritor «barroco» en el siglo XX. Pero Sarduy se negó a categorizar los escritos de Carpentier con los suyos. «Carpentier es neogótico», le dijo Sarduy a Emir Rodríguez Monegal, «que no es lo mismo que barroco». Rafael Rojas dice que, por su parte, Carpentier «no parece haberse interesado en el trabajo de Severo Sarduy. »

Pero aparte de su cosmopolitismo, su interés por la estética barroca y su mutuo desdén, Carpentier y Sarduy compartieron otra pasión que dio forma a su escritura y, a través de ellos, al curso de la literatura cubana: la música afroamericana. El interés de Carpentier en el jazz data de la década de 1920. En 1927, Carpentier fue encarcelado por el régimen de Machado de Cuba por firmar un manifiesto antiimperialista, una línea de la cual afirmaba que «siempre preferiría el Son al Charleston». Sobre esta base, algunos eruditos han afirmado que Carpentier vio el jazz como una desafortunada imposición cultural norteamericana, inferior a las formas de la música cubana. Pero la realidad es que a Carpentier le encantaba el jazz. Leonardo Acosta informa que era habitual en «The Little Republic», un apartamento en el centro de La Habana propiedad del artista de jazz estadounidense Chuck Howard, que se convirtió en un lugar de encuentro para los fanáticos del jazz y los bohemios de la ciudad. Y en sus archivos de la Fundación Alejo Carpentier en La Habana, puedes ver notas manuscritas que sugieren que Carpentier intentó, a fines de la década de 1920, escribir una serie de poemas basados ​​en formas musicales afroamericanas, no solo jazz, sino también blues y canciones espirituales, como góspel. Uno de estos poemas, «Azul», fue publicado en el Diario de la Marina por el amigo de Carpentier, Raúl Fernández de Castro, quien fue instrumental en la publicación de los poemas de Langston Hughes en la isla.

Carpentier más tarde repudió la escritura que hizo en ese período como «folklórica», y se quejó de los escritores que robaron expresiones afroamericanas dejándolas caer en frases o imágenes de la cultura negra para darle un toque de color exótico. Pero nunca perdió su interés en la música afroamericana. De hecho, su novela de 1978 «Concierto Barroco» termina con el siervo cubano negro del siglo diecisiete Filomeno dejando a su maestro, trompeta en la mano, para seguir el ejemplo de Louis Armstrong. El mensaje es claro -como lo expresa Roberto González Echevarría- «El jazz es, al final, el nuevo comienzo … el concierto barroco». En otras palabras, el jazz es el cumplimiento y un modelo para la expresión latinoamericana, por paradójico que suene.

Para Sarduy, otro representante de la literatura cubana más joven y más hippie que Carpentier, el jazz norteamericano también proporcionó un modelo para la transgresión y el juego lingüístico. El libro de poemas de Sarduy de 1973, Big Bang, contiene una sección titulada «Mood Indigo», después de la composición de Duke Ellington. En un poema lleno de juegos de palabras de la sección, «Orquestica tántrica», Sarduy intercala una lista de los miembros de la orquesta de Ellington y sus instrumentos con actos eróticos. En otro poema, «Espiral negra», Sarduy coloca la expresión afroamericana en el centro de toda la cultura moderna. Un poema concreto impreso en una espiral real, la «Espiral negra» describe la cultura como comenzando «desde el centro negro» y desembarcando a través de los núcleos diaspóricos de la cultura negra en Europa y América, finalmente recorriendo en bicicleta los clubes de jazz más famosos de París y Nueva York antes de terminar con la imagen del pintor Piet Mondrian bailando el boogie-woogie.

Los académicos han señalado durante mucho tiempo la influencia cubana en el jazz temprano; la primera canción de jazz grabada, por ejemplo, fue «St. Louis Blues » de W.C. Handy’s, que fue construido alrededor de un ritmo conocido como la habanera que tuvo una larga historia en la música cubana. Varios de los primeros músicos de jazz en Nueva Orleans eran de Cuba, y muchos más pasaron tiempo en la isla durante la Guerra Hispanoamericana. Los ejemplos de estos representantes de la literatura cubana Sarduy y Carpentier muestran que la influencia corrió en ambas direcciones: así como la música cubana dejó una huella indeleble en la cultura afroamericana, la música afroamericana moldeó el pensamiento de dos de los escritores  más influyentes de la literatura cubana, aunque ocasionalmente contrarios.

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